Desde el primer momento en que el recién nacido toma contacto con la realidad que le rodea debe instaurarse un proceso de comunicación interpersonal. Este proceso se realiza a través del protagonismo de los padres.

Es la primera atención temprana que se le ofrece a cualquier recién nacido y, en el caso que nos ocupa, tiene como objetivo desarrollar paulatinamente y hasta un grado máximo las capacidades del niño, paliar o disminuir los efectos de su patología y prevenir la aparición de problemas secundarios.

¿Cómo conseguir estos objetivos?

Todos los profesionales coinciden en resaltar la importancia de los tratamientos médico-sanitarios que sean precisos, pues es de lógica que un niño enfermo no ofrece la misma respuesta que en óptimo estado de salud.

Aceptada esta primera premisa, lo primero que hay que tener en cuenta es que la atención temprana (centrada en el desarrollo sensorio-motor del niño) no puede ser óptima si no va acompañada de un entorno natural, dentro de la familia, apropiado y normal.

En la actualidad los profesionales tienden a actuar de un modo más completo dada la decisiva importancia que tiene el ambiente familiar en la evolución del niño, y prevalece la evidencia de que el niño obtiene un mayor desarrollo, autonomía y bienestar cuando se trabaja conjuntamente con los padres y con el entorno natural.

Los trabajos de investigación sobre los efectos de los programas de atención temprana ofrecen diversidad de datos positivos que invitan a seguir trabajando por este camino a la vista de los numerosos beneficios que se obtienen:

- Los niños estimulados adquieren niveles de desarrollo más altos que los niños sin estimular, prácticamente en todos los ámbitos.
- Los niños estimulados adquirieron hitos del desarrollo a edades más tempranas que los niños del grupo de control.
- En los niños estimulados se observó que, a lo largo de los primeros años, no se producía tanto declive de su cociente de desarrollo o Coeficiente Intelectual (CI) como en los niños no estimulados.

A todo ello hay que sumar los efectos positivos a medio plazo que se produjeron con relación a la salud, a mejoras en las conductas adecuadas y adaptadas de los padres, y a los buenos niveles de independencia personal que ellos mismos conseguían.

Los especialistas han podido comprobar que el buen desarrollo del niño con síndrome de Down va en relación directa con la positiva actitud de su ambiente natural, familiar y del medio. Coincide que aquellos jóvenes que tienen buenos niveles de autonomía personal, habilidades sociales y personalidad armónica suelen vivir en ambientes familiares propicios, naturales, sin cambios radicales ni estridentes, relajado y en definitiva normales.

Según M. V. Troncoso, especialista en pedagogía terapéutica, "estas observaciones y datos experimentales deben ser para todos nosotros una llamada de atención para que la variable ambiente, que juega un papel decisivo en la vida de cualquier niño, y en la que podemos influir, sea la mejor de las posibles; y de ese modo pueda compensar al máximo la variable genética, en la que todavía no podemos intervenir"