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José Ramón Amor Pan

Introducción

El tema de la masturbación suele ser un tema delicado y difícil de tratar, con independencia de que los padres se hayan mostrado con anterioridad abiertos con los hijos, muchas veces porque entran en conflicto con sus ideas morales o religiosas. Lo cierto es que durante la pubertad muchos chicos y chicas empiezan a masturbarse para obtener satisfacción sexual. La masturbación suele ser la primera forma en la que los jóvenes experimentan el orgasmo, sobre todo en los varones.

Atrás han quedado los viejos esquemas pedagógicos, en vigor durante largo tiempo, que exponían los males inconmensurables de la masturbación. Es sobre todo a lo largo del siglo XVIII cuando se va a desarrollar toda una argumentación contra la masturbación que se presenta a sí misma como científica. Las consecuencias de la actividad de la persona que se masturba serían el cansancio continuo, la melancolía, la ceguera, el cretinismo, la parálisis y finalmente la locura… El físico del niño que practicaba la masturbación era descrito de la siguiente manera en una obra de 1857: “Su físico es esmirriado y débil, sus músculos están subdesarrollados, sus ojos están hundidos y embotados, su tez es cetrina, pastosa o está cubierta con puntos de acné, sus manos están húmedas o frías, su piel está húmeda. Su intelecto se torna pesado y enervado y si persevera en sus malos hábitos es probable que termine por convertirse en un idiota baboso” (1).

Uno de los psiquiatras más famosos de la época, Henry Maudsley, publicó en 1867 una obra con la opinión de que esta actividad originaba una aguda conciencia de sí mismo que con frecuencia acababa en el suicidio o el homicidio. Dada, pues, la peligrosidad de esta conducta, la atención con los hijos debía ser permanente, atención a su conducta y atención a los síntomas que indicaban la mala costumbre adquirida. No es extraño, por tanto, que se originara una verdadera persecución del signo delator: ojeras, malos olores, delgadez extrema… Los remedios empleados cuando aparecían tales signos eran de todo tipo: los adolescentes eran enviados a la cama con las manos atadas, guantes gruesos, etc. Este, junto a los malos pensamientos, era el gran pecado de los adolescentes. Las cosas cambiaron en la segunda mitad del siglo XX, gracias a los estudios, entre otros, de Kinsey, Masters y Jonson, que mostraron la naturalidad de la masturbación como forma adecuada de satisfacción sexual, en términos generales. Según estos autores, la masturbación cumple en los adolescentes varias funciones de importancia, como son el alivio de la tensión sexual, la experimentación sexual, la mejora de la autoconfianza en el desempeño sexual, la mitigación de la soledad y una válvula de escape de la tensión y el estrés generales (2).

Ahora bien, numerosos adolescentes se desarrollan personal, psicológica y afectivamente sin necesidad de recurrir a las prácticas de masturbación. Debemos insistir, una vez más, en que cada persona es un mundo, y lo importante es favorecer a través de nuestras estrategias educativas opciones lo más autónomas posibles. Por otra parte, la masturbación frecuente o habitual puede ser consecuencia de problemas que provocan una tensión sexual que la persona trata de superar mediante el recurso a esa práctica. Es evidente que en tal caso la acción pedagógica correcta debe ir orientada a conocer las causas de esa tensión para tratar de aliviarlas o de corregirlas.