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José Ramón Amor Pan
Introducción

Como dice un anuncio de Televisión Española, todos deseamos lo mejor para nuestros hijos; sobre todo, que sean felices. Pero ¿qué es la felicidad? ¿Qué es una vida realizada? Sin duda, una vieja pregunta para la que, sin embargo, no hay una sola respuesta.

Ante esta cuestión, conviene no ceder a ninguna forma de ilusión ni hacer abstracción de ella. No son buenos los tópicos. Nada que ver, por consiguiente, con esos libros de consejos prácticos y autoayuda que tanto abundan en las estanterías de nuestras librerías y que tan buena venta tienen. Quisiera ganar mucho dinero, ser guapo, ser amado, ser el más listo, en definitiva, quisiera realizarme y ser feliz: creo que, más o menos, de una u otra manera, así lo deseamos todos y, si vemos que nosotros ya no lo vamos a alcanzar, lo soñamos para nuestros hijos con síndrome de Down y nos empeñamos en ello, a veces con lamentables consecuencias (porque nos olvidamos de vivir nuestro propio presente o porque nuestros planes no coinciden con los de nuestros hijos).

Nuestra cultura fomenta de manera sobresaliente ese imperativo de realización, convirtiendo el éxito como tal en un ideal absoluto; de esta manera, los fracasados no cuentan, no valen, se genera un nuevo sentimiento de culpa en la persona porque no llega a la meta, no reproduce el canon socialmente vigente. La nuestra es una cultura que, lejos de integrar, está generando excluidos a un ritmo sin precedentes, aunque teóricamente –y gracias a la publicidad aplicada a la intervención social y a las campañas políticas- las cosas puedan parecer de otra manera. Pintan bastos.

“Por lo demás, la idea de realización parece bastante discutible. ¿Acaso no resulta inadecuada, o incluso falaz, desde el momento en que requiere juzgar una existencia en su conjunto? ¿No es tan ingenuo como erróneo pretender pensar la vida desde una categoría más apropiada para un examen de oposiciones que para la elaboración de una sabiduría? ¿No es una pretensión desmesurada afirmar que la vida puede salirnos bien, como si se tratara de un soufflé o una ternera estofada, cuando nos referimos a todo aquello que no depende de nosotros en nuestra existencia, sino de las casualidades del nacimiento, de la pura contingencia de los acontecimientos, de la suerte o las desgracias más temibles? ¿No es conceder demasiada relevancia a nuestro desventurado ego, a una voluntad libre que sólo tiene un papel secundario de composición en la obra de nuestra vida?”.