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Ideas etiquetadas: los estereotipos y prejuicios

Que la gente en general tiene la percepción de que las personas con síndrome de Down poseen mayor apetencia y actividad sexual es una realidad; lo oímos con inusitada frecuencia e incluso recibimos las preocupaciones de algunos padres por la conducta que ven en sus hijos. Se considera que la persona con síndrome de Down se mueve sólo por el instinto y no puede controlar la pulsión sexual, puesto que no posee los mecanismos mentales adecuados de inhibición y sublimación. De este modo, su sexualidad resulta ser descontrolada y, a veces, agresiva; por eso, debe ser acotada restrictivamente. En el caso de los varones, se piensa que se pasan gran parte del día masturbándose, que lo hacen en cualquier lugar y circunstancia, sin mucho reparo por hacerlo delante de algún espectador, sea o no extraño. En relación a las mujeres, se piensa que son bastante promiscuas, que aceptan pasivamente el contacto sexual, sin mayores consideraciones.

Detrás de esta postura se esconden múltiples razones. Creo que un elemento que merece ser destacado es una cierta mentalidad de fondo que expresa una gran desconfianza hacia lo corporal (una visión puritana de la sexualidad humana) y un concepto muy pobre de la discapacidad intelectual, generalizando situaciones y casos. En el marco de una idea platónica de la inteligencia como auriga y del cuerpo como animal salvaje, se supone que la inteligencia deficiente no es lo bastante poderosa para ejecutar sobre éste el necesario control. Si estas personas son incapaces de controlarse a sí mismas, habrán de ser controladas desde fuera por medio de un control sexual basado en descentrar la atención cuando se produce el chispazo y recortar las posibilidades de acceso de la impulsividad: cuidar que no le lleguen imágenes que inciten el apetito sexual; conseguir unos hábitos de moderación y autodominio en el comer y beber; apaciguar los estímulos sensibles, particularmente el besuqueo; educación en el pudor; higiene; mantener al individuo en una sosegada actividad (3).

En el otro extremo (aunque el resultado práctico es el mismo) están aquellos que anulan hasta tal punto la humanidad de estas personas que las convierten en poco menos que ángeles, seres asexuados y libres de pulsiones de carácter sexual. Según esta postura, las personas con síndrome de Down son muy cariñosas y efusivas, como corresponde a su alma ingenua y pura, a pesar de que su cuerpo sea el de una persona de 30, 40 o 50; ellos serán eternamente niños: ¿Cómo se le ocurre a usted pensar que "mi hijito/a" pueda tener, ni siquiera, ideas o pensamientos sexuales? Del hecho de que su inteligencia es en ciertos aspectos (sólo en ciertos aspectos) equiparable a la de un niño, se infiere falsamente que la persona con síndrome de Down continúa siendo en toda su personalidad, sexualidad incluida, y para siempre, un niño.

Muchos padres no salen de su estupor. Atrapados por una mentalidad, que viene de muy atrás, no entienden cómo, en nombre de la integración social, hoy quiere legitimarse y hasta recomendarse la aceptación de una vida afectivo-sexual plena para sus hijos e hijas. Muchos padres quieren que se enseñe a su hijo la conducta social que le permita ser tolerado, incluso admitido y respetado, en el seno de la sociedad. Quieren que no se rechace con disgusto, temor o desprecio a los que no son como los demás. Luchan por conseguir que su hijo alcance cotas cada vez mayores de autonomía. Se alegran con cada nuevo logro alcanzado. Sin embargo, las cosas varían cuando hablamos de la sexualidad.

La aparición de vello púbico, la primera eyaculación, la menarquía son señales que abren viejas heridas, que refuerzan las angustias por el futuro del hijo. Se resisten los padres a aceptar la sexualidad del hijo con síndrome de Down porque les enfrenta con la suya propia, con la que pudo ser y no fue. Se intenta censurar esta madurez sexual del hijo utilizando un sofisticado y complejo mecanismo de rechazo a través de instrumentos verbales y extraverbales, como, por ejemplo, el llenar al hijo deficiente adulto de carantoñas y mimos infantiles, que bloquean la autonomía de los hijos en situaciones lejanamente sexuales, como pueden ser la elección de vestidos, de lecturas o de películas; estas elecciones tienen mucho que ver con lo sexual y supondrían, al menos, una elección autónoma que debería ser la premisa para una elección sexual libre. Se aceptan, como mucho, prácticas autoeróticas. No obstante, cuando ciertas prácticas sexuales irrumpen incontrolables, la angustia de los padres se hace irrefrenable o se recurre al psiquiatra y se llena de medicamentos calmantes a la persona.

En la medida en que continúa contemplada como un niño, la persona con síndrome de Down ve negado el acceso a la sexualidad de los adultos. Además, hay que subrayar que el niño es mejor aceptado socialmente que el adulto discapacitado: suponemos que la razón estriba en que plantea menos problemas y en que resulta más manejable. Dado que la persona con síndrome de Down, como todo ser humano, busca ser aceptado por los demás, retiene rasgos infantiles en su comportamiento, de tal manera que responda adecuadamente a lo que se espera y se demanda de él por el entorno. Si bien este "infantilismo sexual" parece proporcionar tranquilidad a las personas que la rodean, no deja por ello de ser más bien un signo patente de inmadurez. En resumen, para mí, nuestro mayor problema, hoy día, sigue siendo presentar a la persona con síndrome de Down tal y como es, ni ángel ni demonio... Precisamente, lo que le da toda su fuerza y su valor consiste en que es un ser humano y, como tal, con posibilidad de formarse y de transformarse, de perfeccionarse y de realizarse. Cada persona es una historia sagrada que los demás debemos respetar y valorar con verdadero sentido de veneración, llamada a construirse en comunión con los otros.

Pero volvamos con la percepción que los demás suelen tener de este asunto. La cuestión es por qué existe esa percepción. Creo que reflexionar sobre el concepto de "creencia" nos puede ayudar a arrojar algo de luz sobre este asunto. Las creencias se pueden definir como un conjunto de ideas generalizadas, fuertemente arraigadas en el subconsciente, de poderoso influjo, que se dan por ciertas y evidentes,sin necesidad de una reflexión o indagación ulterior.

“Las creencias son inyectadas desde la niñez por la presión social, por el ejemplo y la acción de padres, maestros, amigos, vecinos, por la manera de presentar y usar las cosas. Una sociedad en que no se cierran las puertas, no hay cerraduras ni candados, todo está abierto, inyecta en el niño una creencia de seguridad y confianza, al revés que en un ambiente en que hay por todas partes cerraduras, cadenas, candados, pestillos, barras, lo cual provoca automáticamente una creencia de inseguridad y recelo. Las creencias forman un sistema, pero no lógico, sino vital. La relación entre ellas no es de fundamentación, sino de vivificación"(4).

Las creencias y la ignorancia ejercen un influjo muy poderoso en esta temática. El prejuicio es una actitud injustificadamente negativa hacia un grupo y hacia sus miembros. Como tal actitud, es una combinación peculiar de sentimientos, inclinaciones a la acción y creencias. La tendencia a atribuir la conducta de los demás a sus disposiciones puede llevar a cometer el error de atribución (5) en sus últimas consecuencias: que se atribuyan los comportamientos inadecuados de los miembros del grupo a su propia naturaleza, mientras que se encuentran muchas razones para explicar sus conductas positivas. Todo prejuicio tiene en su base una serie de estereotipos que lo fundamentan y sostienen. Puede llevar a tratar al sujeto de tal manera que desencadena la conducta que era de esperarse, con lo cual aparentemente se confirma la opinión de salida. Además, una vez establecido, el prejuicio es sostenido por la inercia de la conformidad y por respaldos institucionales, como el de los medios de comunicación (6). Los prejuicios y los estereotipos tienen mayor vigor cuando se trata de individuos desconocidos, o de juzgar acerca de grupos de forma global.

A pesar de lo muchísimo que en los países de nuestro entorno hemos avanzado en materia de integración social, creo que las personas con síndrome de Down siguen siendo grandes desconocidas por el público en general. Por esta razón, para mejorar su situación lo primero que hay que hacer es desmontar los mitos existentes, que son fruto de ese desconocimiento. No hace tanto que, en una mesa redonda sobre esta temática en la que yo participaba, un juez de mediana edad -integrante de la mesa- comenzó su intervención diciendo que "claro, estas personas como tienen una sexualidad exacerbada..." . Yo le interrumpí rápidamente e indiqué que eso no se correspondía con la realidad, a lo cual él respondió: "Ah, bueno, yo así lo entendía, es lo que todo el mundo cree". Le dije que debería estudiar un poco más el tema, dado que él en no pocas ocasiones tenía que ver asuntos relacionados con esto: "No tengo tiempo para estudiar a fondo tantas materias sobre las que tengo que dictar sentencia"...

Hay que seguir trabajando mucho en la línea de la información y la formación de nuestros conciudadanos, especialmente de aquellos colectivos que pueden tener un efecto multiplicador sobre la sociedad. Y hay que cuidar mucho la imagen que nuestras propias entidades presentan ante los demás; en la Guía de Telefónica 2002-03 de la provincia de A Coruña podemos leer referida a la principal entidad prestadora de servicios para personas con discapacidad intelectual de la ciudad: "asociación protectora de niños anormales de Galicia". Sobra cualquier comentario.