Carlos Martínez Lavín

Con frecuencia creciente oímos hablar de espiritualidad, no solamente en el campo de lo religioso, sino en el campo de las relaciones humanas y de las relaciones sociales. Y así, escuchamos que vale la pena desarrollar la espiritualidad, que las personas sin espiritualidad, viven apegadas a lo material y sin capacidad para captar el significado profundo de la vida. Pero ¿qué es la espiritualidad y cómo se relaciona con la discapacidad?

La palabra "espiritualidad", viene de espíritu, "spirltus", que en latín significa viento. Es como un viento que empuja, que anima, que rejuvenece, que está en nosotros, sin nosotros, de manera gratuita.

Cuando decimos que una persona posee espiritualidad o es espiritual, mucha gente lo relaciona con alguien que gusta de rezar, de meditar, de contemplar. Esta es una visión incompleta de la espiritualidad. Una visión amplia e integral es la que considera como hombre o mujer espirituales a quienes se dejan conducir por el espíritu, a quienes hacen del amor la fuerza inspiradora de sus vidas.

La espiritualidad toca por tanto todos los espacios en los que transcurre nuestra vida: la casa, el centro de trabajo, el barrio, la escuela, la calle, la Iglesia. Este amor alcanza también todas las dimensiones del ser humano: la relación con Dios (oración), pero también la relación con la naturaleza, (ecología), la relación con los hermanos (la comunión, la solidaridad) y desde luego la relación consigo mismo (autoestima, autonomía).

La espiritualidad tiene un doble movimiento: "espiritualidad de ojos cerrados" y espiritualidad de "ojos abiertos". Llamamos "espiritualidad de ojos cerrados", a aquella que se nutre de espacios de silencio, de oración, de contemplación.

Llamamos espiritualidad de "ojos abiertos" a aquella que se alimenta de lo que la vida nos regala: las amistades, los contratiempos, las sorpresas, los encuentros que nos estimulan a crecer, las necesidades, las desgracias y limitaciones que nos rodean.

Las dos son necesarias y se retroalimentan. Aquél que es conducido por el espíritu vive este doble movimiento de sístole y diástole: de saber salir de sí, para mirar, y para escuchar, allí "donde la vida clama", y de rumiar en la intimidad de su conciencia, las imágenes que vio y las voces que escuchó en ese salir de sí.

De esta manera la espiritualidad se conecta, en el caso que nos ocupa, con saber enfocar e integrar adecuadamente nuestra relación con las personas que experimentan alguna discapacidad. Seguramente, la espiritualidad nos ayudará a acercamos a ellas con estima, con respeto, con delicadeza, con ternura, sabiendo que en cada una late una chispa de infinito. Ya sea que seamos familiares o vecinos cuando nos relacionemos con ellas, más que centrarnos en la limitación (que puede ser motriz, sensorial o mental), nos centraremos en la persona que sufre esta discapacidad y buscaremos conectar con sus anhelos, sus sentimientos, sus alegrías y dolores, con su nostalgia de plenitud.

Si somos personas que experimentamos en carne propia la discapacidad, la espiritualidad nos llevará a preguntarnos no tanto el "¿por qué?" de la misma, sino más bien el "¿para qué?", y esta pregunta nos llevará buscarle un sentido a nuestra vida que la llene de fecundidad y de esperanza.

Tres prácticas sencillas que nos pueden ayudar a crecer en espiritualidad son:

  1. El ofrecimiento diario de la jornada. Un momento al inicio del día para decirle a la vida, o a nuestro Dios, si somos creyentes: "todo por ti, todo contigo". Esta  sencilla oración puede llenar de sentido y de luz nuestras existencias.
  2. La revisión de la jornada. Un espacio todos los días al caer la noche, para recoger lo vivido, para analizar las preguntas que la vida nos lanzó ese día y la manera como respondimos.
  3. El cultivo de algún "espacio verde" que nos permita oxigenar y disfrutar de la vida y vivirla en mayor profundidad, tal como: una buena lectura, la escucha serena de música de calidad, la contemplación de un atardecer, el diálogo con el amigo o la amiga, un tiempo para entrar en contacto con Dios a través de la oración.

Los cristianos creemos que el Espíritu Santo acompaña la vida de los seres humanos y de la humanidad. El Espíritu Santo para los cristianos es la fuerza del amor del Padre y del Hijo, es Dios, es uno con ellos, es Amor" (1 Jn 4,8). El amor es el don de los dones que contiene en sí todos los demás.

Que el Señor nos ayude a crecer en amor y en espiritualidad a renovar todos los días nuestra vida dándole un sentido de encuentro (en el encuentro nos dejamos enriquecer y enriquecemos) y de servicio. Que María la que dijo "hágase en mí según tu palabra" (espiritualidad de ojos cerrados) y partió presurosa a ayudar a su prima Isabel (espiritualidad de ojos abiertos), acompañe e inspire nuestro caminar cerca de las personas con discapacidad.

(Revista "Renace", Año 21, Nº 68. Enero-Marzo 2015. Cienfuegos, Cuba).