Paloma Cuadrado

Sumario

  1. ¿Influyen las emociones a la hora de tomar una decisión?
  2. ¿Cómo fomentar que nuestros niños se hagan cada vez más autónomos?
  3. La libertad de oportunidad hace que un niño sienta que puede, que es capaz de controlar por sí mismo la situación.
  4. ¿Qué estilos educativos se utilizan en la familia? ¿Cuál les hará más autónomos para decidir?
  5. ¿De qué manera se toma una decisión? Modelo paso a paso para decidir responsablemente
  6. ¿Cómo promover que el niño tome decisiones?
  7. Algunas actividades para el aula

En este apartado analizaremos el desarrollo de la autonomía y la responsabilidad personal en los niños, ya que el hecho de que consigan tomar decisiones autónomas y positivas a lo largo de su vida es una meta indiscutible para todas las personas con síndrome de Down. Es indudable la importancia de considerar las propias decisiones como una oportunidad para el aprendizaje emocional. No sólo lo es desde la perspectiva de los propios niños, sino, lo que es más difícil, también es fundamental que lo interioricemos nosotros mismos echando por tierra algunas creencias que se reflejan a través de nuestra propia actuación en el día a día.

Se pretende que los niños lleguen a integrar lo que han aprendido de sus propias emociones en un proyecto de vida, que les sirva de manera práctica y funcional en muy variadas situaciones, en las que tengan que decidir qué hacer o cómo actuar, potenciando la reflexión sobre uno mismo antes de tomar decisiones.

1. ¿Influyen las emociones a la hora de tomar una decisión?

Las emociones son importantes en el momento de tomar decisiones. Aquellas consideradas “negativas” como la ira, el miedo o la tristeza se generan al valorar una dificultad para lograr los propios objetivos. Sin embargo, cuando se percibe el logro se experimentan emociones positivas tales como la alegría, el humor o la propia felicidad. Son precisamente estas emociones las que predisponen a afrontar una tarea, aportando entusiasmo y una disposición a la acción. Conviene, por lo tanto, educar a los niños desde el principio para que valoren su estado emocional cuando tienen que decidir qué hacer y para que vean cómo influye en sus decisiones, cambiándolas por otras que les permitan mejorar emocionalmente.

Una idea muy difundida es considerar los conflictos como algo negativo. Sin embargo, podemos contemplarlos desde otra perspectiva muy distinta. Es mejor aprovecharlos para aportar nuevas ideas y soluciones, a la vez que ejercitamos habilidades de comprensión emocional, empatía... Son, por lo tanto, una oportunidad para aprender de ellos y potenciar la inteligencia emocional.

No conviene olvidar que para que un niño con síndrome de Down aprenda a tomar decisiones ha de constituirse un proceso continuo, de constante práctica y revisión en función de sus experiencias. Dejémosle actuar y poner en práctica lo que aprende cada día.

2. ¿Cómo fomentar que nuestros niños se hagan cada vez más autónomos?

A medida que crecen les gusta colaborar más en las tareas que les proponen los adultos y disfrutan realizando actividades por sí mismos. Los padres pueden potenciar todas estas capacidades y deben tenerlo en cuenta como algo importante en el legado que le proporcionan a su hijo. Cuando se hacen mayores no podemos exigirles de repente que sepan desenvolverse en las situaciones cotidianas si, desde que son pequeños, no les hemos dado esta oportunidad para ir progresando cada día.

Los niños pueden y deben tener multitud de oportunidades para potenciar su autonomía y contemplar todo aquello que saben hacer por sí mismos, aunque de vez en cuando requieran la ayuda de otros. Si les protegemos en exceso no aprenderán a protegerse ni conocerán el sentido del peligro. Hemos de darles pronto pequeñas responsabilidades como el cuidado y orden de sus juguetes, regar alguna planta, cuidar de alguna mascota... Cuando es pequeño conviene que verbalice sus responsabilidades en el hogar y en casa para que sepa bien lo que se le pide.

Una persona con síndrome de Down tiene siempre un gran potencial para desarrollar su autonomía. Pero cuanto antes empecemos desde la familia y la escuela más posibilidades existirán de ir ganando en independencia y seguridad. Existe una clara línea divisoria entre el cariño que un niño puede y debe recibir de sus padres y la sobreprotección y atenciones excesivas. Aunque sea con el mejor propósito, estas actitudes convienen ser revisadas y cambiadas por otras que le beneficien más. Esto se consigue día a día, por ejemplo, dejándole comer solo, permitiendo que realice actividades que ya domina, dejando que busque formas para divertirse, admitiendo que elija algunas prendas para vestir o el postre, después de haber comido bien. Así le daremos la posibilidad de desarrollar su iniciativa.

3. La libertad de oportunidad hace que un niño sienta que puede, que es capaz de controlar por sí mismo la situación.

Hay que ser capaz de no adelantarse ni responder total o inmediatamente a los deseos del niño. Así, debe ver que lo que se quiere demanda un esfuerzo y no siempre se consigue. A medida que vaya haciéndose mayor se deberán tener en cuenta sus opiniones y deseos, para que le dé un valor a lo que desea o piensa.

Es importante dejarle la posibilidad de equivocarse, de ser independiente. No se deben resolver sus conflictos con otros niños o cada dificultad en alguna tarea, ya que se corre el riesgo de incapacitarle para enfrentarse a la vida por miedo a fracasar ante cualquier obstáculo. Dejemos que ensaye con cierta libertad y enseñémosle a aceptar la responsabilidad de los resultados. Al principio se le puede motivar alabando su esfuerzo y proporcionándole alternativas de solución, sin embargo ha de ser él quien decida cuál de ellas tendrá la mejor consecuencia.

Dentro del aula pueden proponerse actividades para trabajar este objetivo en diferentes áreas. Por ejemplo, en el orden de los juguetes o en el cuidado de las plantas y animales puede nombrarse cada día un niño para que sea el responsable. Se colgará en la pared una fotografía suya junto a un dibujo de la tarea a desempeñar. Al finalizar el día se le dará información acerca de cómo lo ha hecho: aspectos que ha trabajado bien y otros en los que puede mejorar. A la vez que se trabaja la responsabilidad pueden fomentarse otros temas transversales del currículo de Educación Infantil tales como la educación para la salud (en lo relativo a la limpieza...), educación para el consumo (en el cuidado del material...), educación ambiental, etc...

4. ¿Qué estilos educativos se utilizan en la familia? ¿Cuál les hará más autónomos para decidir?

  • Autoritario: es aquel que utiliza un estilo dominante, marcado por el control y el orden. Exige al hijo que las cosas se hagan de una manera fija y marcada, no se admiten alternativas. No dialoga ni explica las normas estrictas, sólo las exige cueste lo que cueste. Genera mucha ansiedad ante el fracaso y no permite adaptarse a lo que el niño demanda según su momento evolutivo.
  • Permisivo: muestra una actitud insegura, pasiva, buscando siempre la aceptación del niño, que no se disguste. Deja hacer al hijo lo que éste quiera. No hay normas ni control, todo está bien. Algunas veces son los hijos quienes imponen las normas en base a hechos que se han repetido en el tiempo. Genera inseguridad a los niños, no saben qué es lo que tienen que hacer, hay una ausencia total de límites.
  • Democrático: basado en la evaluación positiva y el apoyo emocional. Intenta que los niños participen en la toma de decisiones, les da la oportunidad de elegir y practicar. A la vez establecen normas y límites que guíen el comportamiento del niño y son coherentes en su aplicación. Son padres que se ponen en el lugar del hijo, en sus necesidades concretas, se dialoga, se explica concienzudamente y con ejemplos concretos lo que se le pide y cada vez se le da más libertad en lo que éste puede realizar sin ayuda.

5. ¿De qué manera se toma una decisión? Modelo paso a paso para decidir responsablemente

Para niños mayores, que ya hayan trabajado los anteriores pasos en la Inteligencia Emocional, se les puede enseñar el siguiente esquema:

  • ¿Qué problema tengo? Consiste en especificar el problema, que describa la situación que le aflige y el resultado que espera alcanzar. Muchas veces los niños no saben expresar exactamente sus deseos y necesidades. Los adultos podemos dinamizar este proceso haciéndoles preguntas para que vayan haciendo concreto lo que les preocupa y para que tengan una idea más clara de lo que les ocurre. Es importante que los niños se diferencien del problema y lo vean desde fuera, como algo externo que pueden dominar.
  • ¿Quién está presente? ¿Cuándo? ¿Cómo? En este paso se desmenuza el problema para pensar de forma reflexiva en lo que sucede. Un recurso será hacerles que se imaginen mentalmente la situación y que la vayan describiendo: qué amigos estaban, si era la hora de la comida, qué había ocurrido antes...
  • ¿Qué siento yo? ¿Qué siente el otro? Este paso es importante ya que en él se presta atención tanto a las propias emociones como a las de los demás, haciéndonos conscientes de cómo estos estados afectan a las decisiones que se toman. Si las emociones son negativas será mejor esperar a cambiarlas para no optar por una decisión equivocada.
  • ¿Cómo lo resuelvo? Voy a buscar alternativas. Consiste en pensar distintas vías de solución y analizar las consecuencias de cada una de ellas antes de tomar una decisión precipitada. Los adultos podemos invitarles a pensar las posibilidades reales de cada decisión, que vean sus puntos fuertes y débiles, hacer que se sientan implicados y se responsabilicen de sus decisiones.
  • ¿Qué alternativa elijo? Se valoran las consecuencias positivas y negativas de las distintas alternativas. A continuación se elige aquella que seguramente sea la mejor en sus resultados. Este proceso se les puede facilitar promoviendo que representen mentalmente lo que ocurrirá o a través de dibujos, imágenes o secuencias de la decisión que hayan tomado, viendo si anteriormente les ha funcionado o fijándose en las garantías de éxito.
  • ¿Cómo lo hago? ¿Estoy listo para hacerlo? En este paso deben diseñar un plan para realizarlo y ver, además, si sus emociones están influyendo positivamente en la elección o si sería mejor esperar a otro momento. Es muy positivo que puedan automotivarse, decirse a sí mismos que lo van a intentar.
  • ¿Ha funcionado? Revisar si la decisión ha tenido éxito y reafirmarla o, si por el contrario, debe poner en marcha otra alternativa mejor. Consiste en una autocrítica constructiva para mejorar.

Es fundamental tener en cuenta que se puede mediar en los conflictos, lo que no significa resolver. Es mejor centrarse en realizar preguntas para dinamizar el pensamiento reflexivo y la elección de alternativas, antes que decirles automáticamente lo que deben hacer. Si el niño tiene una idea cada vez más clara de la situación y poco a poco se conoce a sí mismo tendrá mucho ganado. Hay que reforzar su esfuerzo por mejorar y hacerle saber las actuaciones concretas que ha hecho bien para darle seguridad en lo que hace, así cada vez tomará decisiones más adecuadas.

A primera vista este proceso puede parecer algo mecánico y difícil de enseñar. Sin embargo, si los niños aprenden a utilizarlo en el día a día ante problemas sencillos, llegarán a interiorizarlo y les servirá para tomar todo tipo de decisiones importantes.

Este proceso, por lo tanto, permite poner en juego estrategias para adaptarse cada vez mejor a los cambios y solventar situaciones difíciles. Acentúa que no existe una única manera de hacer las cosas y, si una no funciona, se puede volver a intentar de otra forma diferente. Este proceso para tomar decisiones exige tiempo de práctica, a la vez que una gran comunicación con los niños, para compartir con ellos aquello que más les preocupa.

6. ¿Cómo promover que el niño tome decisiones?

  • Conviene hablar frecuentemente con los niños acerca de lo que les preocupa. Escucharles y hacerles saber que les estamos prestando atención y que lo que cuentan nos parece también importante: asintiendo, mirándoles, expresándoles nuestro apoyo. Crear un clima emocional seguro permitirá a los niños reconocer sus sentimientos. Es fundamental establecer límites claros, que fomenten la seguridad en el niño, así sabrá cómo tiene que actuar. En la medida en que fomentemos seguridad e independencia el niño incorporará los límites de una manera positiva, ganando en su propia estima y confianza y se sentirá orgulloso de todo lo que ha conseguido.

  • Ayudarles a percibir la transición de un estado emocional a otro y las diferentes consecuencias que tiene en sí mismo y en los demás. Por ejemplo, “Si Nieves se enfada los demás no querrán jugar, es mejor que se ponga contenta y así todos estarán como ella”.

  • Motivarles a actuar, desarrollar su iniciativa sin miedo a equivocarse. Se consigue fomentando un clima positivo, de aceptación, en el que se premie el esfuerzo en lugar del resultado. Conviene siempre favorecer que se sientan bien después de haber intentado hacer algo que les cuesta, aunque no hayan conseguido hacerlo perfecto. Las cosas se aprenden con la práctica. “¡Estoy contentísimo por haberlo intentado! ¡Seguro que otra vez me saldrá!”.

  • Dejad que participe en el establecimiento de normas de convivencia en casa. De esta manera asumirá mejor las consecuencias de su incumplimiento. Podéis serviros de dibujos que recuerden al niño los comportamientos que vosotros esperáis de él, por ejemplo, ordenar sus juguetes, ayudar a poner la mesa, compartir algunos juguetes con sus hermanos, etc.

  • Demostrar con nuestro ejemplo que también nosotros tenemos en cuenta las emociones para tomar decisiones acertadas. ¡Aunque sea verdaderamente difícil! Lo que sí es cierto es que “siempre saldrá mejor con una actitud positiva”. Podemos contarles situaciones cotidianas que nos hayan surgido, por ejemplo, a la hora de elegir algo, de pedir un favor, de decidir qué hacer, e intercambiar alternativas con el niño para tomar la decisión mejor. Conviene poner muchos ejemplos para que lo tenga claro, podemos incluso representarlo o dibujar escenas con las alternativas.

  • Las películas suponen un buen momento para analizar los procesos de toma de decisiones. Por ejemplo, al ver “El Patito Feo”, se puede hablar con el niño sobre las emociones que tiene el protagonista en el inicio, lo mal que se siente y las alternativas que tiene para cambiarlo, después su alegría le lleva a estar a gusto y decide irse con otros cisnes acabando felizmente la historia.

  • Por otro lado, el juego del niño contribuye a que desarrolle su conocimiento del entorno, permitiéndole actuar con sentimientos como la frustración, la agresividad, la tensión, etc... El juego permite al niño ir simbolizando sus propias emociones e ir elaborando estrategias para solucionar conflictos.

  • También en los cuentos, sobre todo los tradicionales, se evidencia el valor de las emociones y su puesta en juego a la hora de tomar decisiones. Los cuentos les ofrecen información que luego podrán utilizar en su propia comprensión y expresión emocional. Por ejemplo, Pepito Grillo le brinda ideas sobre sus emociones y le susurra alternativas, pero es Pinocho quien responsablemente decide tomar decisiones al final de la historia. 

7. Algunas actividades para el aula

7.1. El conocido Test de las golosinas:

Los niños estarán sentados. Se pondrá en el centro una bolsa de golosinas y un reloj de arena (de una duración de dos minutos aproximadamente). Se les dirá a los niños que pueden coger una ahora o, si esperan a que baje toda la arena del reloj, se les dará dos. Al finalizar el tiempo del reloj de arena se les felicitará a los niños que han esperado y se les entregará sus dos merecidas golosinas.

Conviene no regañar ni decir nada a los niños que no hayan podido esperar. Pueden realizarse ejercicios similares a lo largo del curso con otros premios (cromos, pegatinas, globos, etc.). Lo importante es que vayan aprendiendo a demorar la gratificación y que perciban las consecuencias positivas que tiene el hecho de tomar la decisión de esperar por haber valorado sus consecuencias

7.2. ¡Vamos a buscar juntos soluciones!

Los niños se sentarán en círculo, se les planteará por medio de dibujos situaciones que puedan considerarse difíciles para ellos:

  • Juan le ha quitado a Pedro, su hermano pequeño, un globo precioso que le acaban de regalar. ¿Qué puede hacer?
  • Julio ha dicho a Laura que no sabe hacer nada de nada. Ella está llorando. ¿Qué puede hacer?
  • Enrique se ha caído del columpio y se ha hecho daño. ¿Qué puede hacer
  • A Carolina le han puesto una comida que no le gusta nada. Ella se ha enfadado. ¿Qué puede hacer?

Se les pedirá que cada uno aporte una solución a cada escena haciendo una tormenta de ideas en la que no se juzgará si la solución que proponen es correcta o no, sino que se reforzará que cada niño aporte una solución distinta. Puede dibujarse en una cartulina cada solución que proponen los niños. Posteriormente se analizarán entre todos cada una de las soluciones dibujadas en la cartulina. Se irá tachando la solución que se decida que no es correcta hasta que quede sólo la más adecuada. Se hará hincapié en ver cómo todas las emociones influyen a la hora de tomar decisiones. Es importante que todos los niños perciban la solución a cada problema como la forma más adecuada.

7.3. El guiñol de Marisa la Risa

Se representarán distintas situaciones cotidianas para los niños como la comida, la hora de la siesta o la llegada al colegio. Una de las marionetas (Marisa la Risa, que siempre piensa en positivo ante cualquier dificultad) representará formas adecuadas de hacer las cosas y la otra representará lo que no se debe hacer en esas circunstancias, pensando que no puede y estando triste o enfadada. Se les preguntará a los niños cuál de las dos está tomando mejores decisiones y por qué la otra está eligiendo una solución incorrecta. Se aplaudirá cada vez que la marioneta Marisa realice algo de forma correcta y con un buen humor. Marisa convencerá a la segunda marioneta para que realice con éxito las actividades sin dejarse llevar por sus “malas” emociones.