El método
Todos estos contenidos deben ser presentados cuando son significativos para la persona, ésta los puede entender y son funcionales en relación con su vida cotidiana. Esta afirmación implica que hay que adelantarse a menudo a sus preguntas. Por ejemplo, al inicio de la pubertad no podremos dejar de explicar la menstruación y la eyaculación, porque es justo cuando el sujeto necesita esa información y la puede comprender satisfactoriamente. Sin embargo, los niños hacen numerosas aproximaciones sucesivas a los contenidos, aunque no abarquen todos los datos ni tengan necesidad de ello, por lo que en función de su demanda habrá que ir despejando esas incógnitas.
No es cierto que toda persona y a cualquier edad tenga derecho a la satisfacción sexual, ni negar estas relaciones al sujeto cuando empieza a estar interesado o estimulado al contacto sexual significa conculcar su libertad o su salud mental, reprimir sus pulsiones eminentemente sanas y suscitar en él trastornos de naturaleza varia, sino que significa precisamente todo lo contrario: afianzar su personalidad y su libertad. El acto sexual no debería ser la norma entre adolescentes y jóvenes; en el proceso evolutivo, el quemar etapas se suele pagar con un alto precio.
Hay que posibilitar y estimular la participación del educando a través de sus preguntas, comentarios y del relato de sus propias situaciones vitales, sin problematizar, sin mostrar extrañeza o sobresalto, sin dejar a medias ninguna pregunta ni respuesta. Por consiguiente, se debe educar con y para el diálogo, en una escucha franca y abierta, que el alumno debe sentir. El educador ha de evitar sustituir al alumno con su propia interpretación, es decir, no debe imponer su propia perspectiva y sus criterios. Esta actitud no exige, por supuesto, la renuncia a las convicciones y valores propios, pues éstos no deberían impedir atender a la realidad de la otra persona, su libertad y sus valores. Hay que rechazar una actitud meramente moralizadora, que no provoca más que el bloqueo del diálogo y de la apertura.
También hay que prestar atención al lenguaje que se utiliza, otra cuestión recurrente en el análisis de los servicios que se prestan a las personas con discapacidad intelectual. Profundizar, aunque sea brevemente, en cuestiones de comunicación es imprescindible para conseguir un ambiente como el que requiere la educación afectiva y sexual de las personas con síndrome de Down. El lenguaje que se utilice deberá ser lo más objetivo posible. Hay que emplear las expresiones más adecuadas, lo cual significa que el lenguaje no ha de ser vulgar y que el educando debe entendernos realmente (y hemos de asegurarnos repetidas veces de que esto es así). La claridad y la delicadeza deben conjugarse con un lenguaje técnico pero asequible al alumno. Si queremos que respeten, quieran y cuiden su cuerpo, debemos hacerlo a través de un lenguaje hecho de expresiones respetuosas y sanas sin connotaciones de ningún tipo.
Aparte de los aprendizajes inherentes al ambiente familiar, esta enseñanza formal debería hacerse en grupos pequeños, destacando bien el contenido de cada sesión, utilizando material docente especializado y concreto, con contextos y oportunidades de práctica y evaluando los aprendizajes alcanzados.
Como señala Terri Couwenhoven al final de su trabajo, es importante recordar que los problemas sexuales portan a menudo un equipaje extra y una incomodidad que termina en una serie de reacciones en escalada por parte de los padres y demás personal que trabaja con su hijo. Pueden ser necesarios la ayuda y el apoyo por parte de asesores y terapeutas que estén especializados en realizar programas terapéuticos que tengan que ver con el manejo de los sentimientos. Estos sentimientos pueden salir a la superficie como resultado de un desarrollo normal o como experiencias traumáticas pasadas, como puede ser el abuso sexual. Un consejero experimentado puede ayudar al individuo a sortear a través de sus sentimientos y a desarrollar estrategias para afrontar la conducta problemática.
También hay que ser conscientes de que a muchas personas nunca se le van a poder enseñar todos esos conceptos. Lo más importante es que reconozcamos que la persona con síndrome de Down tiene necesidades sexuales y de información como cualquier otra persona, y que es mejor prevenir que lamentar.